Crítica de arte
Buenos genes
Carlo Caranci. Pintura. Bar Santana. Segovia.
Hasta el 30 de abril.
Jesús Mazariegos
Es
muy vieja la pregunta de si el pintor, el músico, el masajista o el
guarnicionero, nace o se hace. Ciertamente nadie nace con algo sabido sino que
todo hay que aprenderlo, pero los genes son los genes y, lo mismo que uno
hereda del padre la nariz, los andares o las manías, también puede heredar la
capacidad para arreglar enchufes, hacer el payaso o pintar. Si a eso le unimos
el aprendizaje, los medios y el ambiente favorable, no debe extrañar que a
Carlo Caranci Sáez, que estudia Historia del Arte, le dé también por pintar. Es
lógico porque su madre, Carmen Sáez, es una gran ilustradora de libros, y su
abuelo es nada menos que el gran pintor de la neofiguración española Fernando Sáez.
No es que el nieto imite al abuelo, lo
cual, dadas las circunstancias, no sería mala manera de empezar. No lo imita
pero se ve que lo respeta y lo admira, se ve que ha estado en contacto con esos
seres cuya materialidad emerge desde el fondo del cuadro, definidos por una acumulación
de leves huellas, con esos medio-hombres que no sabemos si producen terror o
inspiran compasión, con esas piltrafas humanas en las que siempre se descubre
un punto de ternura.
Algunas figuras de Carlo Caranci están
como encajadas en el cuadro, como plegadas en ángulos rectos de modo que
semejan un muro cuyos sillares son las diversas partes del cuerpo, pero lo que
más llama la atención, en lo que a la herencia se refiere, además de la
temática antropomórfica, es esa manera de dibujar con el pincel, a base de
pequeñas pinceladas discontinuas, en forma de coma, como la mano del personaje
del cuadro de la chimenea.
Pintura con un aire de madurez
prematura que rinde tributo a sus raíces. Tal vez, a partir de aquí, bajo cada
músculo, bajo cada axila, bajo cada rizo, se libere la angustia que sus figuras
encierran y Carlo irá descubriendo su propio camino. Para ello, medera de
pintor no le falta.
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