CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

Alberto Reguera. ATMÓSFERAS POLÍCROMAS

CRÍTICA DE ARTE Atmósferas polícromas JESÚS MAZARIEGOS Alberto Reguera. Pintura. Museo Zuloaga. Segovia. Hasta el 3 de abril. Alberto Reguera (Segovia, 1961), aunque vive habitualmente en París, conserva su estudio de Madrid y se acerca por Segovia cada vez con más frecuencia. Él es nuestro pintor de mayor proyección europea. Su obra constituye una afirmación explícita de la materia pictórica, añadiendo una cierta claridad didáctica en cuanto a los procedimientos, haciéndose patentes los barridos, las veladuras, los restregados o los pigmentos soplados o arrojados sobre el acetato de polivinilo. Sus cuadros, abstractos, en principio, no dejan de hacer una clara y constante referencia a la naturaleza, al mismo tiempo que presentan la pintura como tal de forma inmediata, casi táctil. Si, en rigor, la palabra abstracción indica la reducción a lo esencial, esta pintura bien merece ese nombre por lo que en ella hay de las esencias del paisaje, esencias que no se fundan en elementos concretos ni simbólicos sino en sensaciones lumínicas y cromáticas que despiertan en nuestro interior el sentimiento del paisaje, un paisaje nebuloso, sin referencias a objetos sólidos, que desemboca inexorablemente en el dominio de lo atmosférico. La obra de Alberto Reguera oscila entre lo liso y lo texturado, lo apacible y lo tormentoso, unas veces prima la tangibilidad y otras la sugerencia del paisaje. En estas tres contraposiciones de contrarios, la primera de ellas (liso-texturado) enfrenta categorías relativas a la pintura como tal, categorías que se excluyen mutuamente. En la segunda contraposición (apacible-tormentoso), sin embargo, las categorías se refieren al campo del paisaje y también se excluyen la una a la otra. La tercera contraposición se plantea entre la tangibilidad de la pintura como materia y la referencialidad paisajística de su apariencia, extremos que no son excluyentes y que conviven simultáneamente en el mismo fragmento de superficie pictórica. Ahí es donde reside el misterio de la eterna dualidad de la pintura de Alberto Reguera. Su obra es a un tiempo pintura e imagen, textura y transparencia, superficie y fondo, cuerpo y espíritu, materia y paisaje. Cada centímetro cuadrado de lienzo, sin dejar de ser abstracción, sin dejar de ser materia, es también paisaje. La primera lectura, la formalista, descubre la materia, la segunda descubre el fondo, el argumento. En esta capacidad integradora de contrarios reside la magia de esta pintura. La vena romántica de Reguera se evidencia en el parentesco de sus celajes con los de Constable y otros pintores de nubes, del mismo modo que su comportamiento recuerda al del personaje de un relato de Adalbert Stifter, escritor romántico y pintor de nubes, que contemplaba el cielo nuboso a través de una ventana y sintió el deseo irrefrenable de robar una nube. Reguera ha consumado el deseo y ha convertido la ventana en cuadro. Más fuertes que el recuerdo de Constable me parecen las referencias a Turner, fundadas en esa constante indefinición entre abstracción y figuración, si bien Turner está más cerca de ésta y Reguera más próximo a aquélla. El otro punto de contacto con el pintor inglés es su generoso, sensual e insistido pictoricismo, donde la pasta pictórica, en sus mezclas de color y cambios de intensidad, es capaz de aportar toda la riqueza de sus matices. Una buena exposición para ejercitarse en la observación de la materia o proyectarse hacia el paisaje, comprendiendo la materia de la que trata el paisaje, asimilando su contenido evocador de llanuras o montañas, de auroras y crepúsculos, de días y de noches, y vagar por los dominios de la atmósfera, por los cielos nítidos o nublados, fríos o cálidos, tormentosos o serenos, y verse a sí mismo reflejado en los cuadros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario