CRÍTICO DE ARTE JESÚS MAZARIEGOS

martes, 8 de noviembre de 2011

MARÍA JOSÉ GÓMEZ REDONDO

María José Gómez Redondo, artista re¬conocida interna¬cionalmente, expo¬ne lo último de su producción en el Museo Zuloaga. Sus obras par¬ten de la fotografía, son fotogra¬fías. Sabemos que una fotografía convencional no es la realidad, que el resultado depende del frag¬mento de realidad que haya sido seleccionada, de la distancia, de la luz, y de mil condicionantes y variables que intervienen en el proceso técnico, etc. Eso también lo sabe María José, pero los frag¬mentos de realidad que ella se¬lecciona, las asociaciones que es¬tablece entre unos y otros moti¬vos, el soporte de tela que utili¬za, su tamaño, la forma de col¬garIo, incluso los títulos que po¬ne a sus obras, convierten sus fo¬tografías en algo muy personal y muy suyo, por su inconfundi¬ble estilo y porque se fotografía a sí misma. En esta última cir¬cunstancia coincide con la nor¬teamericana Cindy Sherman, aunque sus enfoques, más que distintos, yo diría que son radi¬calmente opuestos. Las obras de María José Gó¬mez Redondo son una reflexión sobre la vida y sobre el tiempo, sobre lo sencillo y lo pequeño, so¬bre lo más ínfimo pero más fun¬damental, sobre lo más próximo y más ignorado, sobre la materia de la vida, sobre la piel y sus arru¬gas, sobre el párpado y el ojo. Sen¬tir, ver, envejecer, mirarse al es¬pejo, sentirse como una brizna de hierba, sentirse vivo. Si el cuer¬po humano, para los griegos, era una cuestión de medidas y pro¬porciones, para María José es al¬go frágil y palpitante a lo que hay que acercarse, tocarlo, sentir su calor, su olor y su humedad, sen¬tir sus pulsos y su respiración. Cabeza y mano se superponen, se funden, y los dedos son como el terminal por donde el senti¬miento se comunica con la na¬turaleza, y los ojos son como ven¬tanas cerradas para conservar intacto el mundo interior, y los oídos no quieren escuchar más que el silencio, y el cerebro sólo quiere saber de las cosas senci¬llas, de una hoja seca, de una as¬tilla, de un trozo de plástico. . La obra de María José Gómez Redondo parece un canto al re¬cogimiento y al silencio y, al mis¬mo tiempo, un canto a la vida que empieza, como si la regeneración del mundo sólo se puede esperar de nuestra vida interior y de nuestro compromiso con la na¬turaleza. Por otra parte, en las obras im¬presas sobre tela, colgadas sin tensar, combadas, existe una vo¬luntad expresa de afirmación del soporte, es decir, de dejar muy claro que no estamos ante un tra¬sunto de realidad sino ante una nueva realidad que afirma su au¬tonomía y su capacidad de con¬vertirse en bandera del corazón, en visillo del alma o en sudario del cuerpo. Una exposición que relaja y re¬concilia, una exposición para mi¬rar, pensar y volver la vista en busca de nuestra pequeña y pro¬pia María José interior.

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